ALCORLO QUE DESAPARECIÓ
TRAGADO POR LAS AGUAS.
Memoria de un
pueblo que fue
En los inicios del siglo XX comenzó a
proyectarse un plan de regadío en la provincia de Guadalajara, para lo cual
sería necesario llevar a cabo obras en diferentes valles a fin de retener las
aguas con varios embalses y pantanos que sirviesen aquel fin. Entre estos se
encontraban las obras de la presa de Beleña y del pantano de Alcorlo. El
estudio ya estaba cumplimentado en la primavera de 1903, llevado a cabo por: los ingenieros de esta provincia D. José Gálvez Cañero y Alsola y D. Luis
Bolonzant y el ayudante de Obras Públicas don José Antonio Martínez. La
obra de Alcorlo estaba comprendida dentro del plan de obras hidráulicas del
Estado, aprobadas el 25 de abril de 1902.
Muchos años después, para el inicio de la
década de 1970, olvidadas aquellas primeras iniciativas, se retomó la idea de
llevar a cabo las obras del pantano, quedando aprobadas en 1972. Previamente,
el 11 de marzo de 1969, el Boletín Oficial del Estado publicaba la disposición
por la que quedaba abierta la información pública sobre la construcción del
pantano, anunciándose desde Guadalajara que se
va a constituir una comisión para estudiar y determinar las consecuencias de
dicha construcción, tanto en lo que se refiere a los naturales beneficios para
una amplia zona, como para los problemas que ha de causar a los vecinos de la
parte inundada.
Una calle de Alcorlo, hacía 1930 |
Para el mes de junio de 1981 el pueblo de
Alcorlo estaba condenado a pasar a la historia. A mediados de mes el Gobierno
civil informaba que los trámites administrativos de la Ley de Expropiación
Forzosa por el embalse de Alcorlo estaban notificados a los afectados y que se
procedería a partir del día 26 de aquel mes, a embalsar las aguas sin limitación,
efectuando el desalojo de las personas y enseres que aún permaneciesen en los
inmuebles expropiados.
Muchas personas habían abandonado el lugar,
pero todavía quedaban un buen número de
vecinos que se resistían a dejar lo que habían sido sus tierras, las casas en
las que habían nacido y lo que fue el solar de sus mayores. Las aguas anegaban una
parte del término y comenzaban a llegar a las calles de lo que fuese la
población. Mientras se levantaba el muro de contención y se derramaba hormigón
a manos llenas en las antiguas cuevas del Congosto, a fin de taponar todas
aquellas oquedades paleolíticas, neolíticas, o lo que fuesen.
ALCORLO Y EL CONGOSTO, ENTRE LA HISTORIA Y EL AGUA. EL LIBRO QUE TRAE LA MEMORIA DE PUEBLO. CONÓCELO, PULSANDO AQUÍ
Por fin, en la mañana del jueves 28 de enero
de 1982, casi cien años después de que se comenzase a hablar de la desaparición
del pueblo de Alcorlo tragado por las aguas, las máquinas excavadoras entraron
en sus calles con objeto de demoler las casas que quedaban en pie. Previamente
se remitió una comunicación a la Alcaldía en funciones en la que se significaba que para el día 27 de enero se hacía
imprescindible el disponer del poblado, ya que una gran parte del pueblo va a
quedar por debajo de lo que van a inundar sus aguas, pensando que, en el
plazo que se daba para efectuar el desalojo, la gente comprendería el problema
y mediante diálogo suficiente con el Ministerio y Confederación, se llegaría a
un acuerdo para desalojar.
Alcorlo, en el inicio de la demolición |
Pero los vecinos no desalojaron
voluntariamente, por lo que en la mañana de ese 28, alrededor de las nueve de la mañana
comenzaron a llegar al pueblo camiones con palas excavadoras, así como numerosa
Guardia civil, hasta un número próximo a los cincuenta agentes, casi tantos
como vecinos quedaban. Los acompañaban funcionarios del Ministerio de Obras
Públicas y de la Confederación Hidrográfica del Tajo. La demolición comenzó por
la casa del Alcalde en funciones, que se encontraba rodeada por una veintena de
personas.
Unas
horas después el pueblo se encontraba prácticamente demolido en unas obras que
se llevaron a cabo a lo largo de todo aquel día, así como en la mañana
siguiente. Las máquinas, casa por casa, fueron derribándolas hasta sus
cimientos, de forma que en la tarde del 29 tan sólo quedaba en pie la iglesia y
apenas media docena de casas de las sesenta que para entonces habían resistido,
al igual que sus treinta vecinos. Casas que, según se decía a través del
Gobierno civil y de los servicios del ministerio correspondiente, ya no eran
utilizadas habitualmente, salvo los fines de semana.
Hubo momentos de gran tensión, a pesar de
que la sentencia estaba firmada y no había vuelta atrás: se había pedido a los habitantes que aún permanecían en Alcorlo
reiteradamente que procedieran al desalojo (contaba el director de la
Confederación del Tajo), ya que debía
darse utilidad a la presa y con su presencia no se podía embalsar agua, como
este desalojo voluntario no se había producido, el Ministerio dio la orden de
desalojar mediante la demolición, y eso es lo que se ha hecho.
Muchos de los vecinos habían solicitado a lo
largo del tiempo quedarse en la comarca y, como había sucedido con otros
lugares, que se reconstruyese el pueblo en un lugar más elevado, al que las
aguas no llegasen, permitiendo que los últimos moradores se quedasen en la
tierra que los vio nacer, pero aquello no se llevó a efecto: esta
reinstalación es un derecho de los habitantes del pueblo y ha sido solicitada
en tiempo y forma, siguiendo instrucciones del Gobierno civil de Guadalajara
dictadas en 1980, se decía entonces.
El cementerio de Alcorlo se trasladó a un cerro próximo |
Desde la Confederación no se veía mal
aquella solicitud: aunque no es habitual
(decían), que la realicen entre los expropiados a quienes se les abona el
terreno, los bienes, casas, perjuicios indirectos, etc., de todas formas
nosotros haremos todo lo posible para que se les pueda atender, si el Estado y
Hacienda lo consideran… Días después
del desalojo, desde el Gobierno civil se mostraba la satisfacción de que todo
se hubiese desarrollado con una aparente normalidad. Respecto a su
realojamiento, decía el Gobernador: que
nadie piense que les van a construir un pueblo nuevo. Aunque si estaba
seguro de que la Confederación instalaría convenientemente a quienes tuviesen
necesidad de ello.
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Los vecinos de Alcorlo tuvieron que
abandonar sus casas y tierras en bien de un dudoso progreso provincial; la iglesia,
poco tiempo después, fue desmontada piedra a piedra para reconstruirse en otra
lejana tierra. El cementerio fue llevado a los cerros próximos, la vida de sus
vecinos comenzó a renacer en distintos lugares de la provincia, y de los
pueblos próximos a Madrid. El nuevo Alcorlo nunca se levantó y hoy una inmensa
lengua de agua nos da cuenta de que allí, bajo ellas, se levantó un pueblo que
resistió los empaques de la historia a lo largo de siglos hasta que alguien,
desde un ministerio, trazó la línea por la que el supuesto progreso debía de
llegar, en beneficio de unos y en perjuicio de otros. Muchas promesas quedaron
en el aire, también mucha lucha vecinal, muchos desacuerdos en cuanto al modo
de valorar las vidas que quedaron truncadas. Demasiadas cosas que no volverán,
a pesar de que el agua nos recuerde que bajo ellas discurría la línea de la
carretera que orillaba, bajo un paseo de olmos, el varias veces centenario
pueblo de Alcorlo que, cuando la sequía se hace dueña de la comarca, hace
emerger, como esqueletos huesudos, algún que otro paredón de lo que fueron sus
casas, resistiéndose a pesar del envite de las aguas, a permanecer en el
olvido.
También lo recuerdan quienes allí dieron sus
primeros pasos, por San Bartolomé. Que en el pueblo, era fiesta grande.
Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria
Viernes, 8 de septiembre de 2017
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